La cebada, Hordeum vulgare, es otro de los cereales de la familia de las gramíneas que acompaña al hombre desde la antigüedad y con gran importancia tanto en la alimentación humana como animal. Se cosecha hacia finales de la primavera y generalmente su distribución es similar a la del trigo harinero. Crece bien en suelos drenados y fértiles. Las exigencias en cuanto al clima son muy pocas, por lo que su cultivo se encuentra muy extendido, aunque crece mejor en los climas frescos y moderadamente secos.

Normalmente se distinguen dos tipos de cebadas con usos diferentes: la cebada de dos carreras, para la fabricación de cerveza, y la cebada de 6 carreras o caballar, que se usa como forraje. Además, de ambos tipos hay gran diversidad de variedades en cuanto a precocidad, rusticidad, capacidad productiva, resistencia al frío, e incluso en su contenido en nutrientes como el contenido en proteína, contenido en gluten y la relación amilosa/amilopectina, entre otras características. Aunque predominan las variedades de grano “vestido”, también las hay “desnudas”.

Citando a Luis Cistué, del CSIC, “la cebada es nutritiva y saludable porque contiene componentes beneficiosos para la salud. Presenta una alta cantidad de fibra, tanto soluble como insoluble, vitaminas y minerales importantes, y al contrario que la avena, apenas tiene grasa. Además, contribuye a reducir el nivel de colesterol en sangre, al mismo tiempo que el de glucosa, disminuyendo así el riesgo de diabetes. También regulariza la función intestinal y la población microbiana. Gracias al almidón resistente protege contra algunos tipos de cáncer y proporciona gran cantidad de antioxidantes.”